Boy Band
Camila Poblete Mery – 29-12-2017 – T112
Se ocultó tras un muro para no ser descubierto y
esperó. Tenía la vista fija en sus zapatillas para running color negro, pensaba
que, si permanecía con la mirada en el piso, pasaría desapercibido.
“Que soy weon”, Susurró, en un murmullo. Quiso pensar
que lo consumido antes de llegar, era lo que lo hacía sentir tan perseguido.
Rió de la situación y miró hacia el frente, se encontró consigo mismo en el
reflejo de un ventanal.
Se observó y noto que el pasamontañas que traía
enrollado en la cabeza asustaría a la gente de todas maneras, como si no fuera
suficiente llevar una chaqueta de cuero negra y unos pantalones gruesos del
mismo tono – Raro para ser Febrero – y estar apoyado sobre un muro después de
medianoche.
Miró a su compañero que imitaba su posición en la
esquina opuesta de la calle, pero él no reaccionó. Después de unos segundos,
cuando perdió la esperanza de que le devolviera el gesto, giró la vista otra
vez hacia su reflejo en el ventanal. Repasó por última vez su vestimenta y
preparó el bolso– color negro y de una reconocida marca deportiva – que llevaba
cruzado sobre el vientre. Cuando fuera la señal, debía correr con todas sus
fuerzas sin dejarlo caer.
Para estar listo, deslizo el pasamontañas sobre su
cara
Una vez se ocultó, miró para ambos lados. Captó la
atención de su compañero y le respondió el gesto con guiñó uno de sus ojos
azules para pedir aprobación; pero su compañero, a través de señas, le
respondió que esperara.
Se ofuscó. Siempre fue tan impaciente, sabía que era
el mismo motivo por el cual nunca pudo mantener un trabajo estable, el por qué
cambió la escuela por el Sename; la razón por la que el miedo al hambre se
transformó en ir a trabajar la calle y conocer la cárcel.
—Hoy te salvai’ rusio— dijo
para sí mismo.
Si lograba su objetivo esa tarde, se tatuaría una
virgen de Monserrat en el cuello para conmemorar la hazaña; si lograba salir de
ahí sin volver a pisar la ex penitenciaria, llevaría el dinero que faltba a la
casa. Su madre agradecería el esfuerzo y tendría lo suficiente como para la ir
a la feria libre por mercadería. Sabía que estaría contenta una semana
completa, que lo felicitaría y le diría la frase que siempre repetía en esos
casos: “Tan lindo y bueno pa’ tra’ajar que salió este weon. Qué bueno que fue
hijo de gringo y pasa piola cuando chorea en barrios cuicos”.
Sonrió —esta vez bajo el
pasamontañas— solo por recordar esos elogios y en todo
lo que se le ocurría mientras estaba bajo la influencia de las drogas. Siempre
le resultó gracioso que su madre pensara que era lindo y buen hijo. Sentía que
a ella no le importaba la “cana”, no le importaban las cicatrices, no le
importaban los tatuajes, la “pasta”, ni quien fue finalmente su padre. A ella
le importaba que llegara dinero a la casa.
Y a él también.
Y a su compañero.
Y a su gente.
Escuchó el sonido de un auto acercarse y apareció uno
con el resto del grupo, sus compañeros de delito, los tres miembros que
faltaban de los “Backstreet Boys”.
Por primera vez, todos libres.
A.J —Abraham
Jesús—, quien estaba encargado de conducir, estrelló el vehículo contra el
ventanal de un banco al final de la calle.
—¡¡Vamos
Bryan, weón!! — gritó Kevin, desde el otro lado de la
calle —. Vamos a abrir esa wea, ¡¡apúrate, conchetumadre!!
Su
compañero apuntó el lugar donde solía estar el ventanal que en ese momento
reposaba en el piso, esparcido junto al parachoques del auto que Nick eligió
para la ocasión.
Tenían
solo un par de minutos para extraer el dinero del cajero automático antes de
que llegara la policía.
Bryan
asintió con la cabeza y Abandonó su posición en el muro.
Comentarios